martes, 26 de abril de 2016

Let it be de J. E. Álamo

Sólo se debería morir una vez
A ritmo de Beatles y en especial de las canciones de John Lennon transcurre el segundo caso policial del detective Tom Z. Stone.

En esta ocasión Tom no tiene mucho tiempo para recrearse en los detalles, urge resolverlo para tener alguna oportunidad de salvarse a si mismo ya que la Ley de Decaimiento, esa ley biológica que determina que todos los reanimados vuelven a morir, esta vez definitivamente, en una plazo no superior a los cuatro años desde su resurrección le está mordiendo los talones.

Let it be supone para él esa luz que brilla en la oscuridad y que le dice que aún ha esperanza.

Tom debe encontrar al hijo desaparecido de un predicador, una oveja descarriada de la congregación a ojos de su padre y en su búsqueda va a comprender que nunca había entendido el verdadero significado de la palabra peligro hasta ese momento.

Hay una nueva droga en el mercado llamada Lázaro, nombre que claramente define su función y su posible relación con el caso obliga a Tom Z Stone a ser muy cuidadoso atendiendo los barrios marginales por donde debe moverse, dando lugar a una serie de giros argumentales que generan situaciones absolutamente deliciosas.

A Tom le impone este caso el comisario Garrido que él nunca hubiera elegido ni aceptado pero que no tiene más remedio que tragar. Como tampoco puede decir ni mu al, impuesto por decreto, compañero más insospechadamente pausible con el que llevar a cabo una investigación, ni más ni menos que El Sanguinario.

Ambas imposiciones destapan su vena más irónica y por ello sus diálogos son más corrosivos que el ácido y más cortantes que un folio guillotinado al bies; cierto que saberse cerca de la muerte también ayuda a desarrollar ese humor tan y tan negro que se respira en cada párrafo y que hace que nos caiga escandalosamente bien.

En la trama hay acción que destapa agresiva violencia diversa y sanguínea. No hay cuartel en la lucha que enfrenta a bandas de mafiosos por la propiedad de barrios; no hay cuartel para policías corruptos y tampoco la hay para los que han perdido el temor de Dios en esos días convulsos y menos lo hay para alguien que intenta interponerse y separarte del amor de tu vida.

Cada cual con sus razones y la violencia en cada uno para argumentarlas.

Los personajes secundarios, algunos repiten de la entrega anterior, son especialmente adecuados a cada situación y resultan muy motivadores para mantener el ritmo de la trama y asegurar tensión constante que impide cerrar la novela.

J. E. Álamo escribe con buen oficio. Sus diálogos se ajustan al estereotipo que se espera de un duro detective privado y que tenemos fresco en el recuerdo gracias a Philip Marlowe o Sam Spade por ejemplo pero los conforma en un entorno adaptado a los tiempos en que se desarrolla la acción y a las peculiares circunstancias que toca vivir, o morir según se esté en un lado u otro del efecto, que hace que su estilo narrativo sea muy personal y muy estimulante intelectualmente hablando.

Estilo que persiste, igual que con su novela anterior, incrustando micro historias entre capítulos como crónicas de sociedad y flashes informativos que permite conocer más sobre los Z y su forma de entender esta nueva vida que les toca vivir. Hay ahí un esfuerzo por construir todo un universo que se agradece por como enriquece la lectura y aporta valor al contexto.

Conseguir aunar al género negro, al Z y al de humor sin que ninguno de los tres sea ridiculizado y satisfacer a sus respectivos públicos no es algo que esté al alcance de cualquiera.

Su detective Tom Z Stone está configurándose como todo un personaje destinado a ser un clásico y hay que desearle que consiga alargar su particular vida para seguir dando a los lectores muchas alegrías.

Si aún no han leído la primera novela de esta serie, titulada Tom Z Stone, no deberían retrasar más su lectura, es fascinante, y luego sigan con esta segunda, es adictiva. Y no se extrañen si les parece ver a un Z por la calle: van a creer que existen de verdad. Casi van a desearlo.

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