miércoles, 21 de diciembre de 2016

Están matando a los grandes chefs de Nan e Ivan Lyons

Crímenes espeluznantemente artísticos
y con un exquisito toque bon vivant.
Privar al mundo de las exquisiteces artísticas y gastronómicas de los grandes chefs, no solo por lo que hacen sino por lo que aportan permitiendo que otros muchos cocineros también sean generosos, es tan relevante como si se hubiera impedido a los genios del Renacimiento legarnos sus obras.

Un chef es un artista. Sus platos son obras de arte. Fruto de horas y horas de dedicación, ensayos, fracasos, pruebas y más pruebas hasta conseguir el resultado perseguido. Ha elegido cuidadosamente los ingredientes, el modo de cocinar cada uno y su presentación al servirlo. Ha buscado armonía de sabores, olores y colores. Ofrece un cúmulo de sensaciones al comensal concentradas en el poco tiempo que tarda el bocado en ser olido y degustado; tan efímero como una armonía musical, como el pico de un orgasmo, como el ensimismamiento que producen unos fuegos artificiales; tan efímero y tan placentero.

Y para ello no se necesita incorporar química ni cobrar abusivamente, aunque a la obra pictórica no se la tasa por la cantidad de pintura empleada ni a la escultura por el precio por kilo del material adquirido. Todo hay que ajustarlo a su contexto.

Asesinar a un chef, a uno de los grandes, a uno de los pocos, es absolutamente denostable y sin embargo alguien lo está haciendo; alguien se ha propuesto tal cometido y lo ejecuta con tal precisión en el detalle que su mise en place transmite la seguridad que tiene el artista antes de interpretar su solo; en este caso, su crimen.

Están matando a los grandes chefs con brillante planificación y mejor ejecución, los crímenes son espeluznantes y artísticos; cómicos sino fuera por lo trágico de su resultado. Cada asesinato busca en su mise en scène el paralelismo con el plato estrella de la víctima y el efecto final traspasa el simbolismo consiguiendo hacerle la boca agua a cualquier caníbal.

La novela incide en la crítica del ego sublimado que se les supone a los grandes chef y lo trata con humor satirizante evidenciando sus manías paranoides. Tiene en Natasha O’Brien, una gran repostera, activista feminista y columnista gastronómica, a su protagonista principal ya que las circunstancias la sitúan en tiempo y lugar de tal modo que resulta siempre la mejor sospechosa.

La secundan su ex marido Max Ogden, propietario de una cadena de Omelette fast food y Achille Van Golk alabado gourmet y editor de la revista Lucullus tan excéntrico como para emplear un exclusivo cognac como enjuague dental, vermut como colonia o de acomodarse a una dieta de adelgazamiento basada en exquisiteces de alto coste a base de reducir la cantidad pero no de prescindir de ninguna.

Cartel de la versión cinematográfica
de la novela
Achille Van Golk, verdadera alma mater de esta novela, es un egocéntrico, mordaz e insufrible snob (no se me ocurre nadie mejor para interpretarlo que RobertMorley que lo protagonizó en su versión cinematográfica de 1978, que no he visto (y salvo que alguien me convenza de lo contrario no pienso verla), titulada Pero… ¿quién mata a los grandes chefs? que contó además con Jacqueline Bisset, George Segal, Jean Pierre Casel, Philippe Noiret y Jean Rochefort, dirigidos por Ted Kotcheff y con música del gran Henri Mancini).

Nan e Ivan Lyons, que escribieron la novela en 1977, han combinado sabiamente los ingredientes para ofrecer un poco de todo, novela policiaca e inteligente comedia, humor y tensión, diversión y conocimiento gastronómico (no me importaría nada pero nada seguir los menús de la dieta de Achille Van Golk) con aporte extra de las estimulantes recetas, a título póstumo, de los grandes chefs asesinados.

Todo un placer sino fuera por el pésame, o sea un pésame placentero.

El recuerdo que les dejará la novela será tan efímero como su lectura pero durante la misma experimentaran buenas y agradables sensaciones, sobre todo a nivel de paladar (mucho mejor que la visión de la insulsa y absolutamente impropia cubierta tan estimulante como una comida de hospital. Sin sal).

Bon appétit!

2 comentarios:

  1. Suscribo todo lo dicho,Jordi. La leí hace tiempo,la disfruté como un plato agradable y de facil digestión y la enterré en mi memoria. Ahora, con tu reseña, he pensado que, debido a lo apropiado del tema en estos días, voy a entretenerme con Demasiados cocineros de Rex Stout.La recomiendo a simpatizantes del género gastronómico en general y de Nero Wolfe en especial.
    Felices lecturas.

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    1. Aunar gastronomía y novela negra es un buen maridaje ;-)
      Feliz Navilectura!

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